jueves, 16 de junio de 2016

Cine: El olivo de Icíar Bollaín (2016)

Esta película tenía todos los puntos para llegar a ser un pastelón. Sin embargo, Icíar Bollaín ya es una directora con muchas tablas y mucha experiencia para no caer en sentimentalismos baratos y en lágrima fácil. Es una historia muy emotiva, pero tratada con bastante sobriedad y calma. 

En realidad varias historias atraviesan a los protagonistas: la crisis financiera y el despertar de esa borrachera de éxito aparente que se vivió entre los años 1990 y 2010, el viaje emocional de una adolescente un poco perdida y la decrepitud y la muerte física de un anciano que hace mucho tiempo que ya ha dejado su sitio en este mundo.



Dicho así, parece un melodramón. Pero ya he dicho que Icíar Bollaín ha sabido anclarse en otras cosas. Y ha tenido mucha ayuda por parte de Anna Castillo, que interpreta a Alma y que atempera con su frescura todo el drama. Ella y sus dos amigas, Wiki (María Romero) y Sole (Ana Isabel Mena) y por supuesto, también el resto de protagonistas: Javier Gutiérrez “Alca”, el tío alcachofa y Pep Ambrós, Rafa, el eterno enamorado lleno de esperanza contagiosa.



Alma, Alca y Rafa se embarcan en un viaje y lo que sucede es que, cuanto más se alejan, más firmes se vuelven sus raíces y más prisa tienen en volver. El abuelo de Alma, hace mucho tiempo que se instaló en su silencio y en su olvido, pero ella, se empeña en querer sacarle de allí. Durante su infancia fue su compañero de juegos más fiel. Un hombre rudo, un agricultor mediterráneo que, sin embargo, dejaba que su nieta le pintase las uñas y los labios de color rosa. El olivo era su escenario de juegos preferido, aunque pareciese un monstruo. Un olivo que no tenía nada de especial y lo tenía todo. Testigo de la vida de la familia durante años y años.

Sin embargo, el padre de Alma y su tío decidieron venderlo por 30.000 euros y desde entonces el silencio se apoderó del abuelo. Parece que, hace unos años, fue normal comprar olivos centenarios y ponerlos de adorno en los vestíbulos de grandes y pequeñas compañías (yo he conocido algún caso). Y este olivo mediterráneo que necesita la luz y el calor del sol fue a parar al vestíbulo de una empresa alemana, donde lo único que la única luz que le llegaba era la de fluorescentes y el olor a sobaquina de los pulcros ejecutivos. Y hasta allí se van los tres protagonistas, dos de ellos engañados pero tan contentos. Sin un plan que les guíe, porque no saben qué quieren hacer. Los tres saben que intentar recuperar el olivo es inútil, pero allá que van, por lo menos podrán verlo en su “nuevo hogar”.



La película es un cuento para adultos. Para recuperar la esperanza y para entender que el final igual es el principio de otra cosa nueva o de la misma un poco transformada, como otra oportunidad para ver si esta vez sale mejor. Y que aunque las cosas no sirvan para nada, por lo menos es divertido hacerlas y seguro que haciendo algo raro conocerás de ti cosas que ni te habías imaginado que tuvieras. De ti y de los demás.



Hay otras muchas cosas en la película. Pinceladas bien dadas sobre la frustración y la desorientación aparente de los adolescentes, la movilización a través de las redes sociales, una nueva generación de jóvenes europeos con movilidad y un incipiente sentido de ciudadanía europea y sobre todo la posibilidad de renacer siempre. Muy recomendable.


Directora: Icíar Bolláin 
Guion: Paul Laverty
Música: Pascal Gaigne
Fotografía: Sergi Gallardo
Intérpretes: Anna Castillo, Javier Gutiérrez, Pep Ambrós. 

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