lunes, 9 de noviembre de 2015

Ensayo: Modernidad y Holocausto de Zygmunt Bauman (1989)

El autor.-
Zygmunt Bauman es sociólogo, filósofo y ensayista. Nació en Polonia en 1925 pero por su origen judío tuvo que exiliarse durante el nazismo. Se trasladó a la Unión Soviética y después de la II Guerra Mundial regresó a Polonia, para exiliarse definitivamente en 1968, como consecuencia de la política antisemita del gobierno comunista. A partir de entonces ha sido profesor en distintas universidades de Israel, Estados Unidos y Canadá. Desde 1971 es profesor en la Universidad de Leeds, Reino Unido. En 2010 fue Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades. Otras obras suyas: Modernidad líquida, La globalización: consecuencias humanas, El arte de la vida, La riqueza de unos pocos nos beneficia a todos


Mi opinión.-
La tesis principal de este libro es horripilante. Parte de la base de que el Holocausto es un producto normal de la sociedad moderna occidental. No fue una aberración sino una conclusión lógica. Dicho así, brutalmente, ¿quién no pensaría que puede volver a suceder? Bien es cierto que tomó como base viejos odios no resueltos, emociones fabricadas y reprimidas contra los judíos, y les aplicó los instrumentos de la acción racional de la que tanto presumimos, de manera que como Jeckill y Hide, modernidad y holocausto no pueden subsistir uno sin otro. Parece un contrasentido pero para Bauman no lo es tanto. 
Kristallnacht

La modernidad se distingue por la aplicación de la racionalidad a todas las dimensiones de la vida. Todo lo que no sirve a los propósitos de la racionalidad se convierte en algo arcaico y en un factor a eliminar. Fija su objetivo, planifica cómo llevarlo a cabo, decide qué actores intervendrán en el mismo y les exime de responsabilidad en el objetivo final. Tiene esa gran capacidad para segmentar procesos y asignar cada parte a alguien diferente de manera que el actor para exculparse sólo tiene que decir “yo cumplía órdenes”. Sin embargo, todos pensamos que cualquier proceso civilizador, y la modernidad presume de serlo, debe tener como consecuencia la disminución de la violencia, el bienestar para todos, la libertad. ¿Cómo es posible entonces que, en este proceso de dominación de los instintos violentos, se produzca lo contrario? Durante las distintas y progresivas fases del holocausto se diseñó un procedimiento de violencia institucionalizada, dirigido a terminar con una buena parte de ciudadanos alemanes y de otras nacionalidades europeas. La violencia no desapareció con la modernidad se institucionalizó; y si en este proceso de institucionalización no se diseñan garantías puede utilizarse, contra unos o contra otros para la salud de la sociedad, de manera eficaz, organizada y perfectamente limpia. Cuando alguien me dice, en el año 2015, que los inmigrantes deben adaptarse a las culturas de acogida, yo me pregunto ¿para qué les sirvió a los judíos alemanes de 1933 la asimilación durante decenios, si al final no fueron considerados ciudadanos alemanes?

Sinagoga en Berlín después de la Kristallnacht

La modernidad, o su cara más perversa, produjo la indiferencia moral porque invisibilizó a los sujetos que padecían esa violencia institucionalizada; les hizo primero no-ciudadanos y después no-hombres. Y fue un proceso gradual: se les prohibió la propiedad de la tierra, el desempeño de ciertos trabajos, la asistencia a determinados establecimientos, se les confinó en ghettos, se les despojó de sus nombres y de su identidad, se les desplazó a campos de trabajo, y después a campos de exterminio hasta que se llegó a la solución final.



Se caracterizó a los judíos como enfermedad social y como obstáculo para la creación de una nueva sociedad ideal. Y como enfermedad social debían ser extirpados quirúrgicamente. Excepto en 1938 (Kristallnacht), no existieron estallidos de odio de la población general contra los judíos, porque la máquina de destrucción ya estaba en marcha. Aquí resalta otra vez Bauman el vínculo del holocausto con la modernidad, el exterminio fue llevado a cabo con extremas eficacia y eficiencia.

Los ciudadanos alemanes no judíos podían haberse opuesto y puede ser comprensible que tuvieran miedo del poder omnímodo de los nazis, de sus instrumentos de control social y de la repetición monótona de la superioridad aria, pero también es lícito pensar que de alguna manera salían beneficiados: conseguirían propiedades y puestos de trabajo, pertenecerían a un nuevo orden social planificado y saludable y sobre todo no eran culpables puesto que “sólo cumplían con la ley”.



Este es un libro doloroso para la lectura pero del que todavía se pueden sacar muchas enseñanzas y preguntas: ¿por qué la religión no fue un freno al holocausto? ¿por qué la moral y la ética no se tuvieron en cuenta? Las consecuencias de la guerra de los Balcanes, ¿pueden considerarse holocausto? ¿Y la política de Israel en los Territorios Ocupados de Palestina? 


Modernidad y Holocausto 
Zygmunt Bauman

Traducción
Ana Mendoza y Francisco Ochoa de Michelena

Ed Sequitur 

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